1.11.06

En la plaza de armas siento el tironear cardinal de cuatro caballos que cinchan mis extremidades de raíces autóctonas. Aun no tengo hijos, tengo 23 años y miro mis pies adelantarse uno a otro sobre estos húmedos adoquines de Cuzco. Entre las piedras percibo a Viracocha, su presencia en mi caminar tiene la apariencia de alguien que sueña, un abastecedor de vida. A dos cuadras de ahí, el Hostal Manta. Con los años, aquella mañana de marzo de 1987, se recuerda como una canción.

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